lunes, 22 de febrero de 2016

278 Segundos (Parte II)

¿Recuerdan al chico que observé 278 segundos? Yo también. Aun no logro olvidar su boba sonrisa y su horrible sweater naranja. Después de ese encuentro que no lo fue realmente, instantes después, me sentí como suspendida en el aire y cada vez que alguien intentaba decirme algo, yo no hacía caso. No tenía cabeza para nada. Sólo podía recordar su carita, sus ademanes y su sonrisa que esbozaba entre palabras. Eventualmente tuve que irme a casa; no había nada más para mí; dudaba volverlo a ver… Nadie corre con la misma suerte dos veces.
Los siguientes días mi cerebro adoptó la rutina de recordarme todo lo que me llamaba la atención del chico en cuestión con sueños. Me levantaba en medio de la noche con unas ganas ridículas de abrazarlo y decirle que era un chico extraordinario. Noche tras noche me despertaba una energía que no sabía cómo canalizar, así que opté por llevar un diario. No me dejaba dormir, y ni siquiera estaba conmigo, así que si seguiría despertándome por la noche, que al menos sirviera como inspiración para la novela que tanto deseaba escribir. Pero qué desastre… Así pasaron los días hasta que el Universo decidió que ya era suficiente y como el destino pensaba lo mismo, nos dieron una segunda oportunidad.
Recuerdo que era jueves y en la escuela nos habían encargado demasiada tarea. Mi recámara era un desastre (como siempre) y si me ponía a trabajar en la sala de mi casa, no podría concentrarme oliendo la comida que mi mamá fuera a preparar. Todas estas excusas son las que me llevaron a un restaurante en el centro de la ciudad que me encanta. Con un ambiente tranquilo, comida deliciosa y exquisito café, era el mejor lugar para terminar mis deberes. Después de resolver (o al menos intentar) problemas por tres horas, la tarea estaba terminada (o al menos lo que comprendía estaba terminado). Al cerrar el último libro que tenía sobre la mesa y guardarlo en mi mochila, suspire profundamente como preguntándome a mí misma “¿y ahora qué?”. Y entonces me di cuenta que en la parte trasera del restaurante había unas repisas con libros viejos (lo notabas por el color amarillento de las páginas y el desgaste de las cubiertas). Bueno, la verdad note esas repisas desde que había entrado; mis ojos son un imán de libros, siempre los noto, hasta en lugares donde no pertenecen (especialmente en lugares donde no pertenecen). Entonces como ya no tenía nada que hacer, me acerco y mientras reviso los títulos que tienen, le pregunto a un empleado que si podía tomar uno. Me dice que sí, y lo hago. Agarré un libro que contiene quince cuentos de Rubén Darío. Nunca lo había leído y pensé que sería una buena idea. Son cuentos cortos así que en un par de horas podría terminar el libro. No tengo nada más que hacer, entonces lo tomo y comienzo a leer. Iba a la mitad del libro y recibo una llamada. Era mi mejor amiga Sara, me dice que levante la vista y cuando lo hago, ahí está, afuera del restaurante. No quería que alguien tomara el libro de la mesa entonces lo regreso a la repisa mientras salía a saludarla. Cuando regreso, me dirijo a tomarlo de nuevo pero ya no está. Me sorprende puesto que la repisa estaba completa, todos los libros estaban ahí, excepto el que yo había tomado. Volteo a mí alrededor buscando quien lo había agarrado, y oh sorpresa, ahí estaba él, con el libro.
Me quede inmóvil. No sabía qué hacer. Estaba a dos mesas de donde me encontraba que son como cinco metro, los cuales son menos que los veinte metros que nos separaban la última vez. El celular resbalaba de mis manos porque comenzaron a sudarme. Aprieto mis labios y parpadeo sin cesar. No me muevo pero mis ojos miran erráticamente alrededor de donde estoy. Sostengo mi respiración porque siento que escuchará mi corazón palpitar y volteará a verme. Ya no aguanto más y regreso a respirar normal. Me parece inútil ir a reclamarle por el libro entonces resuelvo no hacerlo. Decido salir lo más rápido posible. Me volteo para tomar la mochila y al hacerlo, accidentalmente choco con la mesa y un tenedor cae al suelo. Me pongo helada y quiero que me trague la tierra. Rezo para que no haya escuchado nada y cuando regreso la vista hacia su mesa, me doy cuenta de que me está viendo. No puedo dejar de temblar. Me quiero ir. Pero entonces me sonríe, deja el libro en la mesa y viene hacia mí. Mundo por favor desaparéceme. Antes de decirme nada, se agacha, recoge el tenedor y lo pone en la mesa. Me pregunta si estoy bien y con el menor tartamudeo posible le respondo que sí. No sé cómo, pero reuní la valentía suficiente para agradecerle y le doy una pequeña y apenada sonrisa. Me sonrojo y no lo puedo controlar. Me pregunta que cómo he estado y que si había tenido clases ese día. Respondo sus preguntas banales y mientras lo hago siento que sólo quiere ser amable. Estoy confundida, otra vez. Se despide y se va a su mesa. Suspiro profunda y lentamente, cierro los ojos por unos segundos al exhalar, tomo mis cosas y me voy. Nuestra irrelevante conversación daba vueltas en mi cabeza mientras me dirigía a casa. ¿Realmente le interesaba cómo me había ido en la escuela? Después de todo, llevamos siendo amigos desde el semestre pasado.

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