lunes, 22 de febrero de 2016

278 Segundos (Intermedio)

He estado pensando toda la mañana si la historia que publique en la madrugada se trataba del inicio de un amor, o si era sólo uno de tantos esperados inicios. También me pregunté si la narración era de una simple chica enamorada, o de una completa psicópata, porque, enfrentémoslo, nadie cuenta los segundos que observa a una persona. En fin, mi mente realmente no se decide en cómo etiquetar ese instante de lucidez que me permitió escribir algo que realmente gustó. Sólo necesitaba dormir; quería dormir, y la única manera de hacerlo era escribiendo.
En fin, ahora que tengo su atención, como que me tiemblan las manos y las ideas, puesto que no sé cómo empezar la siguiente historia. Me parece que continuaron leyendo porque en cada palabra escrita encontraron algo de ustedes, y tal vez, sólo tal vez, les traje algún recuerdo que los hizo sonreír. Pero pues bueno, dejémonos de rodeos…
Esto me pasó hace tiempo. Yo era nueva en la ciudad y aun me estaba instalando. Tenía el pésimo gusto adquirido del café por mi padre (y digo pésimo porque los buenos cafés no se toman con leche) y el único trabajo que me llamaba la atención era el de barista. Resolví salir a caminar y entrar a la primera cafetería que encontrara, y así lo hice. El nombre del lugar era “El Tulipán” y la verdad, no entendía por qué. Entré y el aroma del café llegó hasta el rincón más profundo de mi cerebro, ese donde se esconden las respuestas de los exámenes. Me acerco al gerente y le expreso mi interés en trabajar ahí. Me dice que una vacante se abrirá la próxima semana y me pide regresar con mi papelería para una entrevista. Lo hago y me dan el trabajo. Me es complicado adaptarme pero como me gusta hacer las cosas bien, acepto la retroalimentación y aprendo de mis errores. Me encanta estar ahí y ver a los clientes sonriendo mientras toman café.
Llevo trabajando en la cafetería por dos semanas y de la nada llega un chico de tez morena, sonrisa pronunciada y mirada inocente, o al menos esa impresión me dio. Le doy la bienvenida y le pido su orden y este chico sólo me mira a los ojos mientras tiembla de nervios. Mi gesto amable se desvanece y mientras busco contacto visual agachando mi cabeza e intentando ponerla frente a la suya, comienzo a imaginar que no pedirá un café. Después de perseguir su mirada como por ocho segundos, se arma de valor y me invita a salir. Me siento confundida y lo rechazo. Me mira decepcionado y se va. Mientras camina hacia la puerta para irse, veo su espalda y la encuentro de cierta manera, linda, y no dejo de mirarla hasta que desaparece en la calle.
Durante los siguientes días no puedo dejar de pensar en su espalda y en cómo su cabello cubría la parte trasera de su cuello. Sé que es ridículo pensar tanto en alguien a quien no conocía y además rechacé, y la verdad, no sé por qué sucedió. Tal vez era la manera en que el Universo me advertía del enorme error que había cometido al negarle la oportunidad de conocerme. Todos los días desde que le dije que no, soñaba con sus mechones de cabello rozando sus orejas y con esa mirada de decepción antes de retirarse. La curiosidad me comía viva, hasta que el destino me dio la oportunidad de reivindicarme.
Un día de tantos, después de aquel arrepentimiento tan grande, este chico se aparece en la cafetería. No nos damos cuenta uno del otro hasta que él está a punto de pedir y yo estoy a punto de darle la bienvenida. Cuando nuestras miradas se cruzan, no podemos terminar nuestras frases y el rápidamente se disculpa (después de una pausa como de tres segundos) y me dice que lo único que quiere es café. Le creo, le sonrío, tomo su orden y le cobro. Sentía un impulso enorme por correr detrás de él y decirle que había pensado en su espalda y en su cabello después de nuestro primer encuentro y es cuando me dirijo hacia él que me doy cuenta que está con otra chica. La manera en la que están sentados me dice todo y justo ahí me detengo… No a pensar, literalmente me detengo, dejo de caminar, y aprieto el trapo que traía en la mano en señal de impotencia. Mi oportunidad había pasado y él estaba en todo su derecho de salir con otras chicas. Siento que se me entumecen las manos de tanto tiempo que apreté el trapo y lo suelto. Miro mis manos, lo miro a él y regreso a trabajar.
No podía dejar de pensar ni en su espalda ni en su cabello y uno creería que la imagen que se quedaría sería la de él con alguien más, pero no, mi cerebro es mucho más complejo. No me va a torturar con algo que me moleste pero me mostrará lo que no puedo tener y lo que pude haber tenido: una linda espalda y una maraña incontrolable.
Eso fue todo. Una ilusión que duró poco; un destino del cual jamás sabré su desenlace; una lección que tal vez me costó el amor de mi vida.

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