lunes, 22 de febrero de 2016

278 Segundos (Parte I)

Desde el domingo estoy muy emocionada porque el lunes sería el primer día de clases. Tenía esta pequeña ilusión dentro de mi corazón de que la suerte estaría de mi lado y de que el universo me ayudaría a obtener lo que deseaba. Me levante por la mañana y escogí la ropa que me pondría basándome en las personas que esperaba ver ese día. ¿Qué clase de persona hace eso? La verdad no lo sabría responder a esa pregunta. Me meto a bañar y al sentir el agua caliente en mi cuerpo, ataco mis preocupaciones cantando letras irrelevantes al momento. Me cubro con la toalla y al hacerlo siento el contraste de aire frío sobre el cuerpo caliente. Me dispongo a vestirme con las prendas que todos verán y nadie recordara. Perfumo mi cuello en caso de recibir un abrazo, humecto mis manos en caso de saludar a alguien y maquillo mi rostro en caso de toparme con gente observadora. Me pongo mis botas que me hacen sentir lo suficientemente industrial como para saborear mi título sin perturbar my badass look.
Una vez vestida, procedo al arreglo de mi cabello. Realmente nunca sé qué hacer con esta maraña que tengo, así que resuelvo sujetarla toda y dejarla colgando sobre mi hombro derecho. Me dispongo a cepillarme los dientes, pero me fijo en la hora y es tarde; mi padre me espera en el coche y no deja de tocar el claxon, inclusive llama a mi teléfono constantemente para que me apure. Dejo el cepillo de lado y bajo a la cocina. Agarro todo lo que pueda comer rápida y fácilmente y lo meto a mi lonchera. Meto todo en mi mochila casi a fuerza, busco mis llaves y me subo al coche con mi papá. Al cerrar la puerta detrás de mí, aún me cosquilleaba el estómago porque no sabía qué esperar de ese día.
Mi papá me deja en la escuela y me desea un buen día. Azoto la puerta del coche esperando asustar la mala suerte que siento me persigue. Me dirijo a mi primera clase del día con este deseo extraño de ver su rostro.
Para no hacerles el cuento largo, me siento vacía en cada clase, en cada profesor presentándose, en cada pizarrón ilegible. No comprendía lo que nadie decía y solo asentaba cada vez que alguien quería entablar una conversación conmigo porque en lo único en lo que podía pensar era en su boba sonrisa.
Ya se extendió mucho esta historia, así que para no quitarles tanto tiempo, eventualmente pude ver su rostro. El no vio el mío. Note su sweater naranja que decía South Beach California en el frente. ¿No te encanta su originalidad? El punto es que yo estaba sentada en una mesa, y por alguna razón sentí la necesidad de levantar la vista y entre una multitud de estudiantes perdidos y aburridos, logre distinguir ese holgado y gastado sweater naranja. Espere unos segundos para poder ver su rostro, porque me daba la espalda, y cuando por fin lo hizo, sonreí como tonta. Él jamás me vio porque estábamos como a veinte metros uno del otro. Había demasiada distancia y gente entre nosotros así que sus ojos jamás notaron mi presencia. Lo miré exactamente 278 segundos, but who’s counting? Todos y cada uno de esos 278 segundos contemplé todos los gestos y ademanes con los que se expresaba. Es increíble lo que puedes llegar a conocer a una persona en 278 segundos. Cuando reía, sus labios tendían a elevarse más a la izquierda que a la derecha. Cuando se sorprendía, levantaba sus parpados y cejas en una expresión que duraba sólo un instante. Si se apenaba de algo, esbozaba una sonrisa pronunciada y bajaba la cabeza. No movía mucho sus brazos, pero cuando lo hacía, era porque contaba una anécdota emocionante.
De repente su silueta desapareció entre la multitud y fue ahí donde sentí una energía que me hubiera permitido privarme del sueño por cuarenta y ocho horas para escribir una novela meramente situacional.

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