viernes, 3 de octubre de 2014

Tempo (Lo recuerdo)

Sin darme cuenta de la manera en la que llegué ahí, de pronto me encontraba en un teatro viejo pero remodelado. Era muy extraño porque estábamos mi familia y yo presentes para la obra de teatro que mi hermana protagonizaría. Digo que era muy extraño porque mi hermana no es del tipo de chicas que le llame la atención el teatro; mucho menos interpretarlo. Para cuando acordé, ya estaba tras bambalinas al final de la presentación curioseando e intentando felicitar a los actores.

Mi madre siempre me inculcó que al final de algún show, si me gustaba, se lo hiciera saber a la gente detrás de lo que recién había visto.

Me perdí en los pasillos de los camerinos, entonces intenté invertir mi camino, pero sólo logré llegar al vacío y rojo auditorio. Asomé la cabeza e imaginé lo que sería cantar sin un miedo viviendo en mi alma frente a tanta gente, y fue en ese momento que noté un marco con tubos de distintos tamaños al fondo del auditorio, sobre las butacas; eran los tubos de un órgano. Me congelé y no supe qué pensar, pero sabía qué hacer. Volví tras bambalinas y de una manera bastante frenética empecé a buscar el buffet (lugar donde se instalan los tubos). Busqué por un buen rato; nunca lo encontré. Pasados los veinte minutos -aproximadamente-, estaba en un rincón olvidado del teatro. Prevalecía un aire muy denso debido a la humedad y a la esctructura de hacía un siglo que sostenía ese pequeño sitio, y esa pesadez era palpable. Estaba absorta viendo las grietas en las tablas que medio formaban el piso y contando las gotas que en algún punto en el futuro perforarían esas tablas (ya saben, por el constante contacto).

Contaba las gotas; nueve, diez, once... Cuarenta y dos, cuarenta y tres... Mil noventa y tres, mil noventa y cuatro... Y antes de que pudiera contar la gota mil noventa y cinco, un haz de luz apareció a unos metros de mí, e iluminaba la consola donde el organista se sienta a tocar. Las maderas y la gotera pasaron de nuevo a ser tan poco interesantes como de costumbre y cuidadosamente me acerqué. Sólo lograba ver los registros que me gritaban que los moviera y estando a 6 centímetros de, en efecto, moverlos, una señora de avanzada edad apareció atrás de mí (no sé si realmente apareció, pero nunca la ví antes). Le pedí que si me permitía tocar -aunque fuera unas cuantas notas- el órgano; accedió. Fue a activar una clase de palanca que levantaría la cubierta que protegía a los teclados y un momento después... Voilà. Ante mí, magestuosa consola descubierta; banco maltratado por los años... Casi lloro.

El haz de luz que me había conducido antes hasta ahí volvió, pero ahora estaba dentro de una vitrina que contenía un metrónomo muy bien preservado. Asumí que el artefacto era viejo y que alguna vez fue usado para enseñar a tocar el órgano. Se alcanzaba a leer la palabra "Tempo" que yo simplemete supuse, era la marca del aparato; estaba escrito en el estilo que alguna empresa de electrodomésticos de los años 40's hubiera registrado su marca (como letra cursiva escrita sobre una regla).

Aquel momento fue mágicamente maravilloso, y entonces desperté; desperté de un sueño que me provocó tanta obsesión que aún después de casi una semana de haber ocurrido, lo recuerdo.

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