domingo, 16 de febrero de 2014

Se me olvidó que las pesadillas aún existían

Sonó el reloj, y para ser honesta, no quería pararme. Tenía que alistarme para una de mis actividades favoritas, que es canto en grupo y lecciones de historia básica de la música clásica, pero ni toda la emoción que ello me provocaba me permitió juntar la fuerza de voluntad requerida para sacarme de la cama; al menos no en ese preciso momento.

Dejé que la alarma sonara por sesenta segundos ininterrumpidos que me decía que eran las nueve treinta de la mañana y que era tiempo de levantarse en un idioma no tan extranjero. En ese momento decidí que estaría en la cama diez minutos más y volví a cerrar los ojos mientras me acomodaba bajo las sábanas.

El sueño que estaba teniendo previo al sonar del despertador continuó como si no hubiera habido interrupción alguna pero tomó un aire de terror que me hizo recordar que las pesadillas aún existian.

Me encontraba en la parte del frente de lo que se sentía como un museo. Sí, un museo. Estabamos ahí mis papás, mi hermana y yo, comiendo para poder entrar a ver las exposiciones (porque no podíamos meter comida al establecimiento). No había nadie más que nosotros y la corriente del aire arrastrando las hojas de los árboles por el suelo... Y ni así me pareció un sueño en el momento. Cuando terminamos de comer, tiramos a la basura los platos de cartón que usamos y guardamos lo que restó de comida. Entramos al museo, y entonces todo se tornó aún mas extraño, frustrante, macabro y nervioso.

No recuerdo exactamente por qué causa, motivo, razón o circunstancia, pero de pronto me encontraba con un frasquito de color oscuro aplicando unas cuantas gotas a los esqueletos de los dinosaurios expuestos en el museo y corriendo tan rápido como mi desconcertante miedo me lo permitía. Cuando terminé esa tarea que debía hacer (puesto que me sentía obligada), corrí hacia mi familia para advertirles lo que venía... Que ni yo sabía qué en el momento. No estaba segura de lo que sucedería, ni cuando sucedería, sólo tenía la certeza de que sería algo catastrófico y que si no andábamos con cuidado, podíamos morir.

Cuando recién le advertí a mi familia sobre la delicada situación en que nos encontrábamos, les dije que lo mejor que podíamos hacer era escapar por las salidas traseras del museo. Corrimos tan rápido como un miedo a lo desconocido te lo permite. Atravesamos todo el museo: atravesamos varias salas de exhibición (entre ellas la de los dinosaurios, que se veía distinta) y justo cuado estábamos a punto de llegar a las salidas de emergencia, un imponente estruendondo nos impidió continuar; todos volteamos al mismo tiempo. Alcanzamos a ver cómo uno de los muros de la sala de Reptiles y Anfibios se terminaba de colapsar. Nadie se movió. Segundos después, cuando el polvo se dispersó y los escombros dejaron de esparcirse, vimos a los esqueletos de un Tyrannosaurus Rex y de un Stegosaurus. Ahí estaban, meneando su cuerpo como si supieran que estabamos ahí, a tan sólo metros de ellos. Pasaron como nueve segundos de asombro donde ni mis padres, ni mi hermana ni yo nos movimos, porque además de que estábamos muy sorprendidos, no queríamos llamar su atención. Entonces fue ahí donde nos dimos cuenta que los restantes once esqueletos de dinosaurios pertenecientes a la era mesozoica exhibidos en la sala de Antes de la Humanidad venían en estampida hacia nosotros. Sólo corrimos lo más rápido que pudimos.

Nos refugiamos detrás de un contenedor de basura y desde ahí vimos cómo trece esqueletos de dinosaurios con vida atravesaban las paredes como si nada. Vimos los estragos que cometieron, la gente que aplastaron, todo. Estábamos muy asustados y queríamos irnos a casa, asi que buscamos nuestro coche, y arrancamos a casa, pero no a la nuestra.

En el camino, en plena carretera, no sé cómo, pero el Tyrannosaurus Rex nos interceptó y mi papá, quien iba manejando, frenó de pronto. Con mucho miedo nos bajamos todos del coche y nos metimos a la primera casa que vimos. Era de madera blanca con bonitas persianas y acabado desgastado.

Estuvimos ahí refugiados como por siete horas, o al menos eso sentí yo. Estaba muy cansada y con mucha hambre. Busqué en la cocina algo para comer y no encontré nada. Y fue ahí donde me di cuenta que toda la casa estaba vacía. No tenía muebles, lámparas, platos, vasos, adornos, nada. Fue muy extraño darse cuenta aproximadamente siete horas después de haber llegado... Entonces se escuchó una voz mecanizada que decía "It is time to wake up, the time is 9:41... It is time to wake up, the time is 9:41..." Era la alarma.

Abrí los ojos. Estaba sin habla. No sabía qué pensar y la alarma no se callaba. Pasaron unos segundos y aunque entendí que yo provoque que los esqueletos de los dinosaurios cobraran vida, nada tenía mucho sentido. Cuando me di cuenta que sólo fueron diez minutos de sueño, me asombré. Hace mucho que no soñaba algo así...

Entonces recordé que las pesadillas aún existían.

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